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Publicado: 5 agosto, 2023 en Sin categoría

Llevaban ya un buen rato esperando, lo cual no era nada habitual. Måe había tenido que comprobar que no se había equivocado de aula, saliendo y volviendo a entrar pero, en efecto, se hallaba donde le correspondía. El hecho que todos sus demás compañeros estuviesen ahí con ella, no hacía si no cimentar esa idea. Se habían formado varios corrillos donde los alumnos, ataviados con sus negras túnicas, charlaban entre sí. Uli se la había quedado mirando cuando entró al aula. Se mostró molesto al ver su túnica en perfecto estado, aunque no dijo nada. Måe, consciente que siguiéndole el juego tan solo conseguiría alimentar sus anhelos por hacerle la vida imposible, había hecho ver que no reparaba en él, para acto seguido tomar asiento en el extremo más alejado a él de la sala

            La joven HaFuna, cansada de esperar mirando el tablero vacío del fondo del aula, había comenzado a dibujar motivos florales en los bordes de una de las hojas de su libreta. Su mente divagaba irrefrenablemente hacia las telas que pretendía bordar esa tarde, cuando volviese a la Factoría en compañía de Lia. Esa nueva etapa de su vida le estaba resultando fascinante: la oportunidad de trabajar de lo que más amaba, sumada a la perspectiva de una sorpresa cada nueva jornada en la Universidad, aprendiendo prodigios útiles a la par que interesantes, se le antojaba un sueño hecho realidad. Incluso la pérdida de su querido taoré había quedado en segundo plano, pues llegaba de vuelta al molino tan tarde y tan cansada, que a duras penas tenía tiempo de comer algo y de darle un poco de madera a su adorado Snï antes de echarse a la cama. Lo único que empañaba esa sensación era la ausencia de Eco. El HaFuno cuernilampiño no hacía mucho que se había marchado, pero a ella se le antojaba ya una eternidad.

            Por fortuna, esa aula sí disponía de mesas, mucho más grandes que las del aula donde tomaban teoría con Elo. Más en su caso, pues no tenía que compartirla con HaFuno alguno, ya que ninguno osaba acercarse más de la cuenta, por miedo a represalias por parte de Uli. Era, eso sí, mucho más pequeña que la que ocupasen la jornada anterior. Esa aula comunicaba directamente con el patio interior de la Universidad, por lo que desde sus amplios ventanales se veían las copas de los árboles. La joven HaFuna fantaseó incluso con la idea de poder ver desde ahí a su amigo el cromatí al que alimentaba con cierta frecuencia.

            Las voces que reinaban en el ambiente se apaciguaron de un modo que obligó a la joven HaFuna a levantar la mirada de su libreta. Por la puerta del aula apareció una HaFuna muy ajetreada. Se trataba de Maj, la profesora de la disciplina de sanación. Su amigo Tac le había hablado muy bien de ella, y estaba deseosa de recibir sus clases. Algo dentro de sí le decía que la sanación le gustaría mucho. En cualquier caso, más que la disciplina de artes bélicas, la cual no le inspiraba el más mínimo interés.

MAJ – Discu… Disculpad la demora, chicos.

            La profesora Maj iba cargada con varias cajas. Al llegar al escalón que segregaba su zona de la que ocupaban sus alumnos, trastabilló. La joven HaFuna pensó que caería de bruces, pero Maj supo mantener el equilibrio. Respiró hondo y caminó hacia su mesa, que ocupaba una posición central en la menuda aula. Colocó sobre la mesa todos sus bártulos y sonrió a los sorprendidos alumnos que la observaban. Era una HaFuna bastante más joven que el resto de profesores. No era muy alta, y lucía unas lentes de montura cuadrada, que a Måe se le antojaron parecidas a las de Tac. Su furo piloso era rebelde, y estaba descontrolado. Resultaba evidente que ella había tirado la toalla en la batalla para mantenerlo en orden.

MAJ – Bueno, bueno, bueno. ¡Pues aquí estamos! Yo soy vuestra profesora de sanación. Mi nombre es Maj.

            La profesora dejó unos instantes para que sus alumnos le dieran la bienvenida, aprovechando ese impás para tomar aliento, pues había venido corriendo y estaba agotada. Tragó saliva.

MAJ – Bueno, bueno… Durante este primer curso, os daré clases que os serán de vital ayuda en el futuro. A ver… ¿vosotros qué diríais que es lo más valioso que un HaFuno puede poseer?

            Tras unos instantes de titubeos, los alumnos comenzaron a ofrecer sus respuestas, a cada cual más peregrina que la anterior. Bavarita, una mansión, un rebaño de kargúes, e incluso una isla privada, fueron parte de las repuestas que le dieron a la profesora. Ella no hacía más que negar, con gestos exagerados. Eso sí, lo hacía con una amplia sonrisa surcándole el hocico.

MAJ – No, no. No. Frío. Mucho más valioso que una isla. Más valioso que todas las joyas y riquezas del anillo. ¡Venga! ¿Qué es lo más valioso que puede poseer un HaFuno?

MÅE – ¿Su salud?

MAJ – ¡Correcto! Muy bien, jovencita. Acabas de ganar una insignia.

            La profesora se sacó uno de aquellos pequeños triangulitos de tela del bolsillo de su blanca túnica, uno verde, y se dirigió hacia donde estaba sentada Måe, al fondo del aula.

MAJ – ¿Cómo te llamas, bonita?

MÅE – Må… Måe.

MAJ – Bueno… pues aquí tienes tu primera… ¡Ah, no! Tu segunda insignia, Måe. Toma. Sólo tienes que calentarla un poco, y… se pega sola. Tú misma.

            La profesora le entregó la insignia a la joven HaFuna y volvió tras su mesa. Los demás alumnos observaban a Måe con cara de pocos amigos. Se habían quedado de piedra al ver pasar delante de sus hocicos la oportunidad de ganar una insignia. La joven HaFuna deseó que se la tragara la tierra.

MAJ – De nada sirve tener islas privadas, ni joyas ni riquezas, si no tenéis salud. De nada os servirán si os estáis desangrando, os han envenenado o si os caéis a un pozo y os rompéis las patas y no podéis salir ni pedir ayuda. Podréis olvidar cómo se gobierna el fuego, cómo se domestica la flora o cómo se transmuta el metal, pero os puedo asegurar que jamás olvidaréis cómo curaros una herida. La sanación es el más noble de los dones. Y el más útil. Pero aquí no hemos venido a hablar, ¿verdad? ¡Aquí hemos venido a practicar nuestros prodigios! Ahora que no nos escucha nadie… Ya os han aburrido suficiente con clases de teoría, ¿me equivoco?

            Alguna que otra risa reinó en el aula. Los alumnos aún estaban algo descolocados con aquella peculiar profesora.

MAJ – Bueno… vamos a empezar con esto, ¿no os parece?

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