120

Publicado: 22 noviembre, 2022 en Sin categoría

120

El de aquella tarde había sido un vuelo algo accidentado. La joven HaFuna ignoraba el motivo, pero se había encontrado con muchos más HaFunos sobrevolando la parte inferior de Ictaria que de costumbre, en su camino de vuelta a la isla del molino. En una ocasión tuvo prácticamente que frenar en seco su vuelo para evitar chocarse contra uno de ellos, que no hizo ni el más mínimo amago por virar su rumbo al ver que entraba en colisión con el de ella. Eso la dejó algo alterada y trastornada. Allá abajo, en ocasiones daba la impresión que cada cual parecía preocuparse tan solo de sus problemas, y que la presencia de otros HaFunos les resultaba poco menos que un incordio.

            Ya era prácticamente de noche cuando Måe alcanzó la isla del molino. El cielo había adquirido aquél característico color verde rosáceo, mancillado por la gran mancha oscura  que se cernía sobre ellos: la propia Ictaria. Pese a que se encontraba anclada gravitacionalmente en un lugar remoto, la joven HaFuna estaba tan acostumbrada a la forma de la isla del molino, a su volumen, y tenía tan claro hacia dónde debía dirigirse, que incluso con su discutible sentido de la orientación, perderse ni siquiera se contemplaba como una opción.

El corazón le vio un vuelco al ver luz proveniente del interior del molino. Snï bien podía seguir despierto, pero el fuego fatuo no desprendía tal cantidad de luz ni aunque estuviese alimentándose, que no era el caso. Las palabras de Una, poniendo en tela de juicio la seguridad del molino, al encontrarse abierto para aquél que quisiera acercarse en su ausencia y la de Eco, resonaron en su cabeza. Llegó a plantearse si se había dejado la chimenea encendida esa mañana al partir, pero incluso aunque así hubiera sido, a esas alturas la madera se habría extinguido haría varias llamadas. Ahí había algo que no acababa de cuadrar.

            La joven HaFuna trepó por la escalera de cuerda y caminó por aquella pasarela de madera que comunicaba con el molino por un camino que de tan transitado, carecía de vegetación. Algo temerosa, empujó con suavidad la puerta de entrada del molino, de su hogar, a tiempo de ver a Eco preparando la mesa. El HaFuno estaba de espaldas y se giró hacia ella al escuchar el gruñido de la puerta.

ECO – ¿Te parece que estas son llamadas de venir a casa, jovencita?

            Måe corrió hacia Eco y se abalanzó sobre él, envolviéndolo en un abrazo. Rozó su mejilla con la de él, mostrándole su afecto. Todo el nerviosismo y el miedo que había acumulado en su camino hasta el molino se diluyeron instantáneamente: no había sido más que un estúpido malentendido. No podía ser de otro modo.

MÅE – ¡Me has asustado!

ECO – ¿Yo? ¿Por qué?

MÅE – ¡No te esperaba por aquí tan pronto!

ECO – Oye, si quieres me voy, ¿eh?

            La joven HaFuna sonrió, y le dio un cariñoso golpe con el puño en el hombro.

MÅE – No, en serio. Pensaba que había entrado alguien mientras estaba fuera.

ECO – Y ese truhán es tan majo que se ha molestado en encender la chimenea para que el molino estuviera caliente cuando tú vinieras. Oye, con maleantes de esa calaña, yo ya firmaba.

MÅE – No te rías de mí.

            Eco le sacó la lengua, y siguió presentando toda aquella sabrosa comida en la mesa donde ambos acostumbraban a comer, sobre la cual descansaba el quinqué con Snï en su interior. El espíritu ígneo les observaba a ambos alternativamente, maravillado por estar acompañado de nuevo, después de haber pasado tanto tiempo solo.

ECO – Va, aséate las manos que vamos a cenar.

            La joven HaFuna dio un corto paseo alrededor de la mesa. Sobre ella había una tabla con queso de un color amarillento que desprendía una fragancia muy intensa, pero al mismo tiempo muy sugerente. Había pan especiado, un guiso de verduras en salsa, piezas de fruta, tortitas rellenas de carne y bastoncillos salados de rakuta acompañados de varias mermeladas para untarlos, además de agua y jugo de moarina fresco. Todo un banquete para lo que ambos estaban acostumbrados.

MÅE – ¿Que acaso tenemos invitados?

ECO – No. Tan solo quería agasajar a mi blanquita.

MÅE – Quizá… ¿alguien tiene remordimiento de conciencia por dejarme sola tanto tiempo?

            Eco sonrió. Con ella no podía fingir.

ECO – Pues mira, hablando de eso… Traigo buenas noticias. Después de entregar estos mensajes urgentes, me pasaré unas cuantas jornadas haciendo entregas locales, por lo que estaré más por aquí, como cuando llegamos a Ictaria.

MÅE – Ah, mira. Me alegro. Yo acabo mañana las clases, y durante el período de libranza pasaré mucho tiempo aquí, también. Así podemos contárnoslo todo. Yo tengo un buen puñado de cosas que explicarte. Claro… has pasado tanto tiempo fuera…

ECO – Pues nada. Toma asiento y comienza a hablar. Espero que vengas con hambre.

MÅE – Pues la verdad es que tengo bastante. Hoy no he podido ni acabarme lo que nos han dado en la cantina. Estaba tan malo… ¡En serio! Se lo he acabado dando al cromatí que vive en el patio interior. A ese le da igual que esté rico o no, ¡se lo come todo!

            Eco sonrió. La joven HaFuna narró a Eco todo lo que había acaecido en su ausencia. Había pasado muy poco tiempo desde que partiera, pero a ella se le había hecho eterno, y estaba deseando explicárselo todo. Solía hacerlo con Snï al volver al molino, todas las jornadas, mientras ambos cenaban, pero hacerlo con alguien que además comprendiera lo que decía, siempre aportaba un plus.

Cenaron hasta quedar ahítos, y acabó sobrando mucho más de la mitad de cuanto Eco había preparado. La joven HaFuna entregó un buen pedazo de madera de sájaco a Snï. Éste se puso como loco de felicidad, y enseguida comenzó a consumirla, mientras Måe le iba recitando a Eco la lección, a modo de estudio. Le encantaba hacerlo con él, porque el HaFuno cuernilampiño no se cortaba un furo piloso cuando ella cometía un error, y se lo recalcaba para que tomase nota y no lo volviera a repetir. Estuvieron así hasta bien entrada la madrugada. Finalmente fue Eco el que instó a la joven HaFuna a acostarse, bajo el pretexto que si no lo hacía, no estaría lo suficientemente lúcida para poder atender como era debido en clase la jornada siguiente.

Deja un comentario