Archivos para 6 abril, 2024

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Publicado: 6 abril, 2024 en Sin categoría

Måe agradeció sobremanera el sonido de las campanas de la espadaña, y exhaló aliviada. A juzgar por lo rápido que recogieron y pusieron rumbo a la cantina sus compañeros, no era la única HaFuna que estaba deseando salir de ahí cuanto antes. El bestiario se encontraba en el extremo más alejado a la entrada de la Universidad, con su propio acceso desde el Jardín interior. Era la primera vez que lo visitaban, y pese a que la joven HaFuna había echado algún que otro vistazo furtivo en sus recurrentes paseos por el Jardín al inicio del curso, cuando aún no conocía a Nåk ni al resto de sus nuevos amigos, jamás pudo imaginar cuán grande era y la extensa variedad de fauna e incluso flora que albergaba. Aquél edificio era tan vasto, que parecía incapaz de dejar de sorprenderla por más que pasara el tiempo.

            Tras la Gran Escisión, los HaFunos exiliados perdieron el contacto con la enorme mayoría de la vida animal que conocían. Por fortuna incluidos los HaGrúes, que era de lo que se trataba. Muchas razas perecieron tras el cataclismo y acabaron extinguiéndose con el paso de los ciclos. Otras consiguieron sobrevivir sobre la superficie del planeta y fueron evolucionando a una velocidad prácticamente incomprensible, adaptándose a las nuevas reglas del juego. Mejoraron su visión y su pelaje si se encontraban en la cara oscura de Ictæria o bien se volvieron más oscuros, esbeltos y lampiños en la abrasadora cara abrazada perpetuamente por el sol azul. Animales que antaño fueran idénticos entre sí, ahora parecían razas distintas dependiendo de su ubicación geográfica. Tan solo los afortunados que se quedaron en el anillo azul consiguieron sobrevivir sin demasiado trasiego. Pero de eso los exiliados no tenían noción alguna: no había catalejos lo suficientemente potentes para ello.

            Afortunadamente, la enorme porción de Ictæria que se trajeron consigo contenía infinidad de campos de cultivo y granjas, por lo cual conservaron la enorme mayoría de vegetales, legumbres, frutas y bayas, así como prácticamente la totalidad de los animales de granja que habían conocido. El bestiario de la Universidad parecía una especie de cápsula del tiempo, pues contenía prácticamente todo cuanto habían conseguido rescatar del Cataclismo. Desde grandes y nobles mípalos, pasando por una cantidad prácticamente ridícula de insectos, hasta las hierbas silvestres más raras, que se utilizaban principalmente en la disciplina alquímica para realizar elixires, bien protegidas en grandes y vetustos invernaderos hechos para durar, a la escala de los HaGrúes que vivieron en ese mismo edificio en la antigüedad.

            Pero eso fue todo, lamentablemente. Ninguna ave se aventuraba a volar tan alto, y salvo las endritas, y media docena más de aves destinadas al consumo, perdieron el rastro para siempre a los demás animales emplumados o voladores que habían conocido. A diferencia del resto, a algunos de ellos sí los veían, de muy lejos, sobre todo a los que volaban en migración a gran altura en ciertas épocas del ciclo, pero no podían hacer nada por atraerlos ni mucho menos por atraparlos. Si bien los HaFunos podían volar a voluntad a la altura del anillo sin demasiadas complicaciones, tan pronto empezaban a acercarse a Ictæria, su fuerza gravitacional era tal, que fácilmente podían llegar a un punto de no retorno que les impediría volver hacia arriba, ni aún con el más sofisticado de los artilugios voladores que habían fabricado. Eso resultaba en gran medida todo un alivio, porque significaba que los HaGrúes tampoco podrían hacerlo para alcanzarles, tanto por ese motivo como porque eran tan vetustos que sus alas no les permitían siquiera alzar el vuelo. Tan solo podían poco más que planear, y eso en situaciones muy concretas, con el viento a favor y únicamente los menos corpulentos.

            Ni una cuarta parte de la fauna con la que convivían antaño les había acompañado al cielo. El mejor ejemplo era el mundo acuático: en todo el anillo celeste no había ni un solo pez ni un solo anfibio. Sí los hubo al inicio de la Gran Escisión, pero todos y cada uno de ellos acabaron irremediablemente por extinguirse en el anillo: ahí arriba tan solo había lagos de agua dulce, y tampoco eran muy grandes, a todas luces incompatibles con la mayoría de la extensa y rica fauna marina que poblaba Ictæria antes del cataclismo. Muchos fantaseaban con que en el gran mar del anillo azul o bien en sus múltiples lagos y ríos aún deberían vivir todos aquellos seres que se habían convertido poco más que en una fábula para contar a los cachorros. De ellos, tan solo conservaban ilustraciones, figuras de artesanía y algún que otro fósil. Nadie recordaba ya el sabor de una buena farrulla hecha al horno de leña.

            Para llevar a cabo muchos prodigios, en especial los de la disciplina de naturología, que era a la que habían dedicado toda la mañana y con la que seguirían tras la pausa para comer, hacían falta animales. En ocasiones para extraer de ellos lo que precisaban, el animal perecía inexorablemente. En otras ocasiones, las más frecuentes, tan solo se les incomodaba en mayor o menor grado, para acto seguido dejarles descansar y recuperarse para volver a reiterar más adelante, como el que ordeña a un crotolamo, pero obteniendo otros muchos e increíblemente útiles jugos, en vez de simple leche.

Esa jornada en concreto habían pasado la mayor parte de la clase trabajando con un insecto especialmente feo y peludo, llamado corbinto, con más ojos de los que podían contar dos manos HaFunas, que Måe no había visto jamás antes en su vida, y del que hasta el momento no tenía siquiera conocimiento que existiera. Estuvieron extrayendo un jugo apestoso de unas protuberancias que tenían en su exoesqueleto, drenándolos en pequeños viales especiales fabricados a tal efecto. Aquellas protuberancias eran fruto de la evolución, y explotaban cuando se sentían amenazados, emitiendo aquél horrible olor almizcleño que además tenía un sabor igual de desagradable, si bien no era tóxico. Según les explicó la profesora Åta, aquél jugo tenía unas propiedades exotérmicas muy preciadas, y lo utilizarían esa tarde para llevar a cabo el prodigio que pondría en juego la insignia de la jornada. El problema residía en que aquél líquido negruzco era insoportablemente hediondo.

            La joven HaFuna llegó algo más tarde de lo habitual a la cantina, pues se había quedado ayudando a la profesora a recoger todo lo que habían dejado por medio durante la clase de la mañana, que no fue precisamente poco. Tan solo entrar, escuchó una voz reclamándola y se giró sorprendida.

NÅK – ¡Måe, corre, ven!

            Se fijó en que todos sus amigos estaban sentados a la mesa habitual. Nada que no fuera previsible y que no se repitiese todas las jornadas. Pero había alguien más con ellos. La joven HaFuna puso rumbo directa a la mesa, henchida de curiosidad.