Archivos para 27 abril, 2024

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Publicado: 27 abril, 2024 en Sin categoría

Haföss estaba cubierta por el blanco manto de la nieve que había caído la noche anterior. Las calles estaban vacías a esa llamada de la mañana; la nieve, todavía intacta, prístina e impoluta. La visión resultaba hipnóticamente bella, pero Eco era incapaz de disfrutar del espectáculo: estaba demasiado nervioso. Tras de sí iba dejando un reguero de huellas que delataban el camino que había tomado desde que aterrizase, poco antes.

Pese a que se había esforzado al máximo por hacerlo lo mejor posible, calculando concienzudamente las jornadas que le hubiese costado llegar ahí de no haber hecho uso de los portales de Aru, siempre se sentía especialmente tenso cuando debía acometer una entrega en un lugar tan lejano del anillo. Éste se encontraba prácticamente en las antípodas de Ictaria, su punto de partida. El principal reto residía en no llegar demasiado pronto ni demasiado tarde. Haciendo uso de los portales, podría haberse plantado ahí en cuestión de pocas jornadas, pero ello le habría delatado.

            Conocía muy bien el camino porque tenía un don especial para ello, no en vano había escogido esa profesión tras perder sus astas y dejar de poder practicar la taumaturgia, pero en gran medida porque no era la primera vez que acudía. Aunque sí sería la primera que lo haría como mensajero de la Casa del Gobernador. Tras intercambiar un breve monólogo con un asentimiento de astas del miembro de la Guardia Ictaria que custodiaba las puertas de aquél peculiar edificio, Eco tiró de éstas y accedió al interior. La puerta tras la que presumiblemente se encontraba Fin estaba entreabierta. El miembro de la Guardia Ictaria que guardaba y protegía el acceso le había permitido pasar, pero no le había anunciado, de modo que Eco se anunció a sí mismo. El HaFuno cuernilampiño respiró hondo y atravesó el umbral de la puerta una vez obtuvo el beneplácito por parte de Fin.

La chimenea de la pared trasera dotaba a la estancia de una calidez inusitada y especialmente agradable en un lugar tan frío del anillo. Eco, agotado por el largo vuelo, se vio tentado a echarse en el sofá que había a su vera y dejarse llevar por el hipnótico crepitar de las llamas. Pero las circunstancias estaban en las antípodas de ser las propicias para eso: tenía una misión que cumplir, y estaba deseando acabarla cuanto antes y salir por patas de ahí. La montaña de documentos que poblaba la mesa había crecido considerablemente desde su última visita. Tras ella se encontraba Fin, sentado al escritorio; su inseparable bastón de cuerno apoyado en un pequeño apéndice que emergía de uno de los cantos de la mesa a tal efecto.

FIN – ¿En qué puedo ayudarle?

            El viejo HaFuno apartó su mirada de los documentos que tenía frente a sí y observó a Eco con el ceño fruncido, evidentemente disgustado por la guisa que llevaba, vestido de aquél modo y con la máscara ocultando su cara. Era evidente que Fin no le había reconocido. Eco, pese a que detestaba tener que ir ataviado de ese modo, incluso lo agradeció. La sensación de estar metiéndose de lleno en una ciénaga de la que probablemente no podría salir, iba acrecentándose con el paso de las jornadas. A su juicio, mientras más desapercibido pasara allá donde fuese, mejor sería.

ECO – Soy Eco, el nuevo mensajero de la casa del Gobernador.

FIN – Sí… algo me comentaron. Pero pensé que tardarían más en encontrarle.

ECO – Traigo una misiva para usted. Tenga.

Eco dio un nuevo paso al frente, posando sus pezuñas sobre la mullida alfombra redonda que cubría el espacio frente a la mesa de Fin, y le entregó a éste la carta que había acarreado desde hacía tan largo tiempo. El anciano HaFuno tomó aquella especie de minúscula cimitarra que tenía sobre la mesa y retiró el lacre, para acto seguido leer concienzudamente la carta. Eco trató de estudiar su expresión para inferir cuál sería su contenido, pero Fin se mostró inalterable, impidiéndoselo.

ECO – Si no necesita nada más… con su permiso, me retiraré.

FIN – ¡No! Espere. Esto es para usted.

Fin sacó del sobre otro sobre más pequeño y lo adelantó, sorteando con su corto brazo las montañas de documentos, ofreciéndoselo. Eco frunció el ceño, sorprendido y en cierto modo molesto, aunque el anciano HaFuno no pudo leer nada a través de la máscara. Se despidieron cortésmente y tan pronto el frío ambiente de la calle volvió a abrazarle, y únicamente a la vista del miembro de la Guardia Ictaria que le había permitido el paso, que resultaba evidente que no tenía ningún interés por conocer qué hacía, Eco abrió el sobre a toda prisa.

            Le dio un vuelco el corazón al leer la brevísima carta. Era prácticamente idéntica a la que había entregado a Aru. Tan solo había dos anotaciones, una dirección y una fecha. La dirección era la misma: aquella isla apartada donde había conocido a Fin por vez primera, donde en breve tendría que ir a cumplir su parte del trato tras el cierre de las minas. Tuvo que leer en hasta tres ocasiones la fecha para convencerse que todavía tenía enmienda. Al Eco creador de portales le citaban una jornada, y al Eco mensajero del Gobernador un par de jornadas más tarde. El por qué, se le escapaba al entendimiento, aunque pronto lo descubriría.

            Trató de relajarse, pues estaba que se subía por las paredes. Detestaba no tener el control de lo que ocurría a su alrededor, y últimamente eso era una constante que temía acabase devorándole. Ambas citas le dejaban aún algunas jornadas de margen, sin obligaciones laborales, en las que prepararse para lo que vendría a continuación.

A la vista tan solo de un par de tenderos que retiraban a paladas la nieve de delante de sus establecimientos, Eco dio un par de ágiles zancadas y alzó el vuelo. Puso rumbo a Hedonia, con un agradable cosquilleo en el estómago. Acabó viviendo ahí con Måe, criándola desde que era bien pequeña, por pura coincidencia. No obstante, había acabado aprendiendo a adorar ese apartado, tranquilo y humilde archipiélago, y se sentía genuinamente ilusionado por tener la ocasión de visitar a viejos compañeros y amigos.