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Publicado: 7 May, 2024 en Sin categoría

Eco jugueteaba con aquella semilla, haciéndola bailotear entre los cuatro dedos de su mano derecha, tintados del negro más absoluto, de igual modo que el resto de su cuerpo. La lanzó al aire, propulsándola con el pulgar, y la cogió a toda prisa con la mano izquierda antes de perderla de vista para siempre. La isla en la que se encontraba era muy, muy pequeña, y por ende, la velocidad de escape era asombrosamente baja, aún más para un elemento minúsculo como aquél. Agazapado entre el follaje, observaba con atención aquellas islas, intentando infructuosamente trazar un plan de escape por si finalmente todo acababa torciéndose. Suspiró, perfectamente consciente que su destino ya no estaba en sus manos. Hacía mucho que había dejado de estarlo. Con todos aquellos HaFunos sobrevolando y protegiendo de intrusos la pequeña isla, cualquier intento de escapar resultaría frustrado.

            Llevaba ahí más de una llamada, perfectamente preparado para dar el siguiente paso, pero sin encontrar el momento adecuado para hacerlo. Le habían citado ahí esa jornada, pero no habían especificado en qué momento de la misma, lo cual aún le daba algo más de margen para seguir martirizándose, formando mil y un escenarios dramáticos en su atribulada cabeza. Aún así, todavía era muy pronto; a duras penas haría siquiera tres llamadas que el sol azul había emergido del curvado horizonte de Ictæria.

El HaFuno cuernilampiño temía que si cometía cualquier error, si importunaba a quienquiera que le atendiese, o bien si le pedían algo que no estuviera dispuesto a cumplir y a lo que se negase, pudieran apresarle como represalia y privarle de libertad. O incluso algo peor. Al fin y al cabo, la red de portales que había creado suponía uno de los peores delitos, con las peores penas: en cuanto se reuniese con ellos, estaría en entero a su merced. Si sus peores sospechas finalmente se traducían en una aciaga realidad, tan solo Måe le echaría realmente en falta si desaparecía, y ella no tenía la más remota idea ni de dónde estaba, ni de qué estaba haciendo. Las últimas jornadas no había hecho más que pensar en qué sería de ella si todo salía mal.

            Temía incluso que todo fuese una estrategia para apresarle y obligarle a explicarles todo cuanto sabía sobre la red ilegal de portales que había creado de la nada, obligándole a llevarse a Aru por delante. Sabían perfectamente lo que estaban haciendo, y habían decidido no tomar acción en ello, por el motivo que fuera. No paraba de repetirse que eso no tenía ningún sentido: de haber querido hacer algo así, habían tenido una oportunidad perfecta con anterioridad, cientos de ellas, y además no habrían tenido ninguna necesidad alguna de cerrar las minas para ganar verosimilitud. Pero por algún extraño motivo, esas voces eran mucho menos fuertes, y las que le decían que todo saldría mal siempre acababan imponiéndose.

            Revisó de nuevo que su macuto estuviese a buen resguardo en aquella minúscula madriguera cuyo acceso había tapado concienzudamente con rocas para hacerla invisible al ojo HaFuno. Respiró hondo, consciente que el siguiente paso que diera sería un punto de inflexión en su vida, sin poder quitarse a Måe de la cabeza. Acudió a un claro, prácticamente arrastrando las pezuñas. Se sentía increíblemente vulnerable. Tanto por la situación en sí misma, como por el hecho de carecer de astas; ser cuernilampiño lo volvía siempre todo mucho más complicado. Tragó saliva y se metió la semilla en la boca. La masticó, esforzándose por ignorar su sabor, y acompañándolo de un rictus de desagrado en el rostro, dejó que el aceite que contenía se derramase por su boca y acto seguido por su garganta.

ECO – Unamåe, haz el favor de recoger tu cuarto. No te lo digo más veces.

            No pudo evitar esbozar una sonrisa al escuchar su propia voz distorsionada. El efecto que aquella semilla producía en sus cuerdas vocales siempre le había resultado hilarante. De repente concluyó qué sería lo que traería consigo en esa ocasión de ese largo viaje. Siempre le llevaba un exótico presente cuando abandonaba a la joven HaFuna durante tantas y tantas jornadas seguidas. Era su particular manera de disculparse por estar tanto tiempo ausente, y ello siempre ayudaba a paliar la incomodidad que se imponía los primeros momentos entre los dos al reencontrarse. Imaginar a su adorable Måe torciéndose de risa en el suelo le hizo sentir una punzada de nostalgia en la panza. Volvió a preguntarse por qué HaGrúes se había metido en ese problema.

            En esos momentos echó en especial de menos la compañía de Aru, y se preguntó por qué había rechazado que le acompañase, por más que ella había insistido, y mucho, en que no era aconsejable que fuese él solo. Pese a que la respuesta era obvia. Se afianzó a conciencia la capucha del abrigo, comprobó que las astas falsas estuvieran bien firmes, y sin darle más vueltas, emprendió el vuelo, consciente que seguir demorando ese momento no le haría ningún bien. A medida que el viento azotaba su ropa, se vio tentado a darse un chapuzón en aquella apetecible hidroesfera, que en esos momentos estaba aumentando su tamaño debido a un pequeño nimbo errante que había impactado con ella. Pero ignoró aquella tentación y siguió adelante, hacia su destino, fuera cual fuese éste. La suerte ya estaba echada.

            A duras penas tuvo ocasión de acercarse a la isla en la que le habían citado cuando media docena de aquellos HaFunos que la sobrevolaban, protegiéndola, salieron a toda prisa a su encuentro. Tras explicarles en pleno vuelo y a voz en grito quién era y qué pretendía, enseguida se relajaron y le escoltaron directamente hacia aquella pequeña isla que conservaba las ruinas de un pequeño poblado preescisivo. Todos tomaron tierra con especial gracejo, a una distancia prudencial de la principal concentración de ruinas, que seguía hábilmente oculta por todas aquellas lonas estratégicamente colocadas.

            Uno de los HaFunos que le habían escoltado hasta ahí se adentró en la carpa, tan rápidamente que Eco no pudo siquiera atisbar qué había más allá de las gruesas lonas. Tras unos momentos tensos que se le hicieron eternos, una HaFuna con un vestido muy elegante y unas generosas astas aparó de un azote de aire provocado por obra de la taumaturgia el pedazo de lona que hacía de puerta. Con paso firme y una mirada mucho más seria de la que el HaFuno cuernilampiño hubiese deseado, se plantó frente a él en unas pocas zancadas. Eco hizo una genuflexión frente a la hija mayor del Gobernador. Kyr, al verle hacer aquello, puso los ojos en blanco.

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