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Publicado: 4 May, 2024 en Sin categoría

Eri se despidió del esbelto HaFuno al que acababa de entregar su correspondencia, un paquete bastante grande, con una radiante sonrisa en el hocico. Aquél tipo de entregas más voluminosas casi nunca se hacían a domicilio en Hedonia. Dada la reducida plantilla del gremio de mensajeros en la pequeña y alejada comarca, la enorme mayoría de la correspondencia se limitaba a pequeños sobres con correspondencia escrita. Con más razón después que Eco se hubiese marchado, pues desde entonces la plantilla no había vuelto a recuperar su volumen original. Y probablemente nunca lo hiciera. Tan solo solían hacerse excepciones cuando el destinatario era un anciano que no podía acudir al gremio por su propia pata. La recepcionista respiró hondo y volvió a concentrarse en la pila de documentos que tenía sobre el mostrador, en el vestíbulo del gremio de mensajeros.

Eco había acudido ahí tras despedirse de la familia de Goa, con la firme convicción de saludarla y charlar un rato con ella. La había echado mucho de menos desde que abandonase la comarca; era una buena amiga, y siempre le había tratado de manera excelente. Quería ponerla a la jornada y que ella hiciera lo propio con él, así como disfrutar un rato de su compañía antes de seguir con su ruta, cuya siguiente parada detestaba y temía a partes iguales. No obstante, a medida que se acercaba, su convicción fue menguando exponencialmente. A escasas zancadas de la entrada, finalmente no había osado entrar al edificio del gremio.

            En esos momentos, el HaFuno cuernilampiño se encontraba en uno de los bancos del parquecillo que había justo al lado, en línea con una de las grandes ventanas que le permitían la visión de su amiga y antigua compañera de trabajo, pero al mismo tiempo parcialmente oculto por unos arbustos que impedían que ella le reconociese. Llevaba ahí ya un buen rato, sin saber muy bien por qué no se atrevía a dar el siguiente paso. Sencillamente la observaba. La despedida entre ambos, cuando él y Måe tuvieron que marcharse hacia la capital, había sido tensa, fría y francamente triste. Adoraba a aquella HaFuna, y sabía que le había hecho daño rechazándola. Lo último que él pretendía para con ella era seguir perjudicándola de cualquier modo, aunque para ello tuviera que prescindir de su firme voluntad de saludarla. Ella no lo merecía.

            El HaFuno cuernilampiño había llegado hasta ahí volando, como hacía siempre en Hedonia. Nadie le había mirado mal por ello, como era lo habitual en las comarcas del anillo, sobre todo las que estaban tan alejadas de Ictaria. Desde su llegada a la capital se había acostumbrado a no hacerlo en público siempre que estaba en la cara superior del continente, salvo en caso de peligro o urgencia. Pero era algo que detestaba. Poder saborear esa libertad sin ningún tipo de restricción ni prejuicio por parte de quienes le rodeaban, le hizo recordar uno de los motivos por los que adoraba tanto aquél vetusto y apartado archipiélago olvidado de la mano de Ymodaba.

            Algún que otro transeúnte se le quedó mirando, mientras él observaba a su vez a Eri, sin atreverse a acercarse. Un par de ellos incluso le saludaron, al reconocerle, aunque ninguno se paró a charlar con él, como había temido, lo cual agradeció. Al fin y al cabo, después de tantos ciclos conviviendo con ellos, y pese a que Eco no había intimado con la mayoría, en ese aspecto siempre había sido algo huraño, el recurrente trabajo en las labores hacía que todos se conocieran entre sí, aunque sólo fuera de un modo superficial. Ahí, el sentimiento de pertenencia a la comunidad era mucho más arraigado que en la capital, donde era prácticamente inexistente y todos eran poco menos que unos extraños a ojos de los demás. En especial los HaFunos más humildes, como era su caso.

            Tras un rato más debatiéndose sobre lo que hacer, y enormemente tentado a ir a la dorma a que le entregasen una labor que realizar, deleitarse con la comida en el Gran Comedor más adelante y luego marcharse, finalmente optó por irse directamente de Hedonia. Ahí le conocían demasiados HaFunos, y no quería convertirse en el centro de atención. Ahora menos que nunca. Al fin y al cabo, esa no había sido más que una visita fugaz para entregar la carta a Goa. En cierto modo, se podría incluso afirmar que estaba trabajando, pese a que no tuviera la más mínima intención de cobrar a Måe por sus servicios.

              Aún tenía mucho margen para llegar a su siguiente cita, pero siempre gustaba de ir una zancada por delante, y más cuando entraban en juego temas de tal sensibilidad. Prefería llegar a los sitios con una jornada de antelación que con media llamada de retraso. Alzó el vuelo, sin hacer levantar una sola cabeza, y puso rumbo a su siguiente destino. Conocía muy bien el camino que debía tomar, no en vano lo había hecho en docenas de ocasiones con anterioridad. Además, sabía que todas las llamadas que debería pasar volando para llegar hasta ahí le sentarían muy bien, pese al frío que imperaba en el ambiente. Volar siempre le relajaba, y tener tiempo de calidad para pensar, sin ningún tipo de distracción, era algo que adoraba: todavía tenía muchas cosas en la cabeza a las que seguir dándole vueltas.

            Detestaba tener que pedir ayuda para realizar un prodigio tan básico y sencillo como el de tintarse de negro, pero debía rendirse a su minusvalía. Necesitaría la ayuda de Nía para poder llevar a buen puerto la siguiente fase de su peligrosa misión. Por más que le pesase, él solo jamás podría volver a hacerlo, por más buen taumaturgo que hubiera sido antes de perder las astas. Necesitaba una de aquellas semillas de sabor tan desagradable cuyo jugo volvía grave la voz de quien las tomaba, y no llevaba ninguna encima. Además, tenía la firme convicción de repetir el mismo atuendo que la vez anterior, cuando acudiese al lugar donde Kyr le había citado, para ayudarla a hacer algo que estaba terminantemente prohibido.

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