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Publicado: 21 May, 2024 en Sin categoría

Aquella densa nube de polvo aún tardaría bastante tiempo en asentarse. Al fin y al cabo, no paraba de crecer. Kyr estaba increíblemente irritable y frustrada por el desarrollo de los recientes acontecimientos. Había perdido su habitual pose risueña y vivaracha, sustituyéndola por órdenes secas y caras largas. Eso, y mucho más silencio del que era habitual en ella. Eco se encontraba en un elevado estado de tensión, consciente de las repercusiones que podría acarrear llevarle la contraria en esos momentos. Se mantenía con el perfil más bajo del que era capaz, dadas las circunstancias. Hasta el momento se le había dado bastante bien, pero sabía a ciencia cierta que todo podría cambiar de un momento a otro.

            La creación de portales era una tarea increíblemente compleja. No en vano, ningún HaFuno había conseguido replicarla tras su censura poco después de la Gran Escisión. La explicación sobre cómo se creaban, inevitable para poder restaurarlos, por más que le pesara, había resultado mucho más sencilla de lo que Eco había imaginado. Kyr era una taumaturga increíblemente astuta e inteligente. Y aprendía increíblemente rápido. En gran medida, le recordó a sí mismo antes de perder las astas. Era una HaFuna con un vasto conocimiento sobre el tema, e increíblemente segura de sí misma, al igual que él. No obstante, ella no lo hacía con la intención de lucirse y ni de demostrarle nada a nadie. Al fin y al cabo, y siendo hija de quien era, eso no le hacía la menor falta. La mayoría de los HaFunos le obsequiaban con un asentimiento de astas tan solo por estar presente. Sin embargo, y a diferencia de él, ella era discreta e incluso humilde. No hacía alardes de su vasta capacidad por llevar a cabo los prodigios más complejos, que realizaba como si se tratase de un mero juego de cachorros. Para ella, hacerlo era tan normal como el dormir o el comer.

De todos modos, habían tardado poco más de una llamada en llevar a cabo aquella clase magistral prohibida, en la que Kyr construyó un pequeño portal tallando algunas de las rocas que había diseminadas por el suelo del sótano. Eco notó la pasión y el enorme compromiso que la HaFuna tenía por aquél noble arte. El más noble del que un descendiente de Ymodaba pudiese jamás jactarse, a su particular juicio. La enorme sonrisa que se había dibujado en el rostro de la HaFuna al ver su propio trasero a través de aquél pequeño portal, había convencido a Eco de lo acertado de haber decidido compartir ese gran secreto única y exclusivamente con ella, y no con todos aquellos eruditos ávidos de atisbar aquél conocimiento proscrito. Cualquier otro HaFuno no habría podido verlo, pero Eco leyó en esa expresión un inconmensurable gozo por el conocimiento, una actitud puramente epistemológica muy similar a la que había experimentado él mismo practicando la taumaturgia y creando sus propios portales en un pasado que cada vez quedaba más atrás.

            La HaFuna no había hecho ninguna pregunta cuando él le indicó que no realizaría él mismo el prodigio, sino que le enseñaría a ella a hacerlo. Eso le sorprendió enormemente y le desembarazó de un peso gigantesco. Ese, con mucha, mucha diferencia, había sido el principal punto de inflexión que lo abocaba todo al desastre en la gran mayoría de los escenarios que Eco se había formado en la cabeza antes de acudir a aquella pequeña isla. A su parecer, negarse a practicar la taumaturgia debería haber resultado un motivo de gran sospecha y desconfianza hacia él. Incluso había fantaseado con que el hecho de negarse a realizar él mismo los prodigios, le habría hecho sospechar de su verdadera identidad. Al fin y al cabo, cruzarse con un HaFuno que careciera de astas era harto infrecuente en el anillo. Al menos en la cara superior de Ictaria, donde residía la hija mayor del Gobernador.

            No obstante, y para su sosiego, Kyr no había mostrado el menor atisbo de suspicacia, sino literalmente todo lo contrario. Estaba encantada de que Eco hubiese preferido enseñarle a hacerlo a ella que hacerlo él mismo. De hecho, si no hubiese salido de él, ella lo hubiese reclamado con vehemencia. En ese aspecto, ambos se parecían también mucho más de lo que el HaFuno cuernilampiño imaginaba. Cuando la teoría, ya materializada en aquél pequeño portal, que ella misma se encargó de destruir a conciencia transformando todas aquellas rocas en fino polvo para que no quedase ninguna prueba que permitiese a nadie inferir de él los razonamientos intelectuales que le habían permitido restaurar aquél vetusto prodigio, dio paso a la práctica, personalizada en aquellos portales apagados desde hacía tantos y tantos ciclos, todo cambió radicalmente.

            La práctica con el primer portal resultó un rotundo fracaso. Ambos comprobaron enseguida que no había nada que pudieran hacer por él. Su portal homólogo hacía incontables ciclos que había pasado a mejor vida. Las rocas que lo formaban, bien podrían estar distribuidas por media Ictæria o hundidas en el mismísimo Abismo de la Escisión: jamás podrían reactivarlo por más ganas que le pusieran. Por lo que a ellos respectaba, aquello no era más que un puñado de rocas formando un bonito arco. Arco que la hija mayor del Gobernador se encargó de destruir tan pronto se cercioró que no le permitiría culminar sus anhelos de encontrar un nexo con la madre Ictæria.

            Uno tras otro, todos los portales se iban demostrando igualmente inútiles. Kyr se encargaba de destruirlos, uno tras otro, volcando en ellos toda la creciente ira y la frustración que aquella situación le despertaban. En realidad, la encrespada actitud de Kyr era perfectamente justificable. Había apostado todo a ese brindis a una idea feliz demasiado ingenua y poco o nada realista. Había tenido que enfrentarse duramente a su padre, el mismísimo Gobernador, que desaprobaba fervientemente sus descabelladas ideas. Había tenido incluso que renunciar a la única fuente de bavarita de todo el anillo para ello, y lo único que estaba consiguiendo a cambio eran un puñado de rocas hechas pedazos distribuidas por un suelo sucio y descuidado, en una isla perdida de la mano de Ymodaba en el anillo celeste.

            Ahora tan solo quedaba un único portal. El último. Si aquél demostraba ser idéntico a los demás, todo habría fracasado para Kyr. Eco, instintivamente, lo había dejado para el final. El HaFuno cuernilampiño conocía muy bien las inscripciones que lucían todos aquellos portales, y los destinos de las ciudades ya olvidadas a las que en su tiempo debían haber llevado. Aquél último portal llevaba a Enharrubia, uno de los muchos pueblos satélite de la Ictaria preescisiva. Uno especialmente conocido por el tráfico de sustancias prohibidas. Era, de entre todos los portales que ahora descansaban hechos pedazos a su alrededor, el que más próximo estuvo a la capital en la época previa a la Gran Escisión de Ictaria, con bastante diferencia.

El HaFuno cuernilampiño notaba sensaciones muy contradictorias en su interior. Una parte de él anhelaba con todas sus fuerzas que ese portal fuese distinto al resto y que, en efecto, les llevase a Ictæria. Que permitiese a Kyr llevar a cabo su descabellado plan para derrotar a los HaGrúes con el efecto sorpresa de esa ventaja que de bien seguro no se esperarían. Pero por otra parte, se sentía incluso ilusionado ante la idea que aquél portal estuviese igual de muerto que el resto. Se sentía en cierto modo relajado y esperanzado ante la perspectiva que así fuera, porque de esa manera podría dar por zanjado definitivamente aquél tema, y seguir con su vida como si nada hubiera ocurrido. Quizá fuera por eso mismo que lo que ocurrió a continuación le cogió tan desprevenido.

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Publicado: 18 May, 2024 en Sin categoría

KYR – ¿Cuál es la otra?

ECO – ¿Perdona?

            Eco frunció el ceño detrás de aquella bruna máscara. Todavía estaba algo sobrecogido por el desarrollo de los acontecimientos. Se notaba torpe, y ello le enervaba. A su juicio, estaba ocurriendo todo demasiado rápido. Pero al mismo tiempo, estaba saliendo todo tan bien, que había vuelto a bajar la guardia.

KYR – Dijiste que tenías dos condiciones. ¿Cuál es la segunda?

ECO – Ah, sí. Eso…

KYR – Te aviso que no tengo mucha paciencia, y que la poca que tengo se me está agotando. Y… que tampoco me gustan las sorpresas. Así que di todo lo que tengas que decir, y empecemos de una vez con esto.

            Eco tragó saliva. No conocía esa faceta de Kyr. Aquella HaFuna era una caja de sorpresas. Se llevó una mano bajo la máscara, a la altura de su mejilla, y la sacó de ahí sosteniendo un pequeño vial con un elixir incoloro en su interior. Los miembros de la Guardia Ictaria que le habían interceptado en vuelo le habían cacheado a conciencia antes de permitirle reunirse con la hija mayor del Gobernador. Pero a nadie se le había ocurrido escarbar bajo la máscara. Tal y como él había sospechado.

KYR – Eres astuto.

ECO – Gracias.

KYR – Más que mis Guardias, con los que tendré una conversación muy seria… Pero eso será más tarde. ¿Qué es eso que tienes ahí?

ECO – Es un elixir de olvido.

Kyr arrugó la frente. Sabía perfectamente lo que era, pero no entendía qué pretendía Eco con ello.

ECO – Cuando acabemos de hacer lo que quiera que pretendas que hagamos con estos portales, tomarás un sorbo. Suficiente para olvidar las últimas llamadas.

            La expresión facial de Kyr era todo un cuadro. Se mostraba al mismo tiempo incrédula, divertida y ampliamente escandalizada. No daba crédito a lo que aquél extraño le pedía. Pocos HaFunos tenían la audacia de hablarla en esos términos, siendo la hija de quien era. Y eso, en cierto modo, le estaba agradando.

ECO – Si quieres restablecer todos estos portales, me parece perfecto. No tengo nada que añadir al respecto. Pero… para ello, tendré que enseñarte cómo se crean. Y eso contravendría la ley.

            Kyr estalló en una carcajada.

KYR – ¿En serio te vas a poner ahora pejiguero con las leyes, después de todo lo que habéis estado haciendo a nuestros lomos? ¿Pero tú sabes con quién estás hablando…?

            A Eco no le gustaba la dirección que estaba tomando la conversación, pero ya era tarde para echarse atrás. Ya era tarde para todo lo que no fuera huir hacia delante, fueran cuales fuesen las consecuencias.

ECO – Tengo en mucha estima a mis astas, y… no querría perderlas.

KYR – Nadie va a tocar tus astas… Eh… ¿cómo quieres que te llame? Me resulta muy incómodo hablar contigo con todo eso encima, esa voz de ultratumba y sin saber cómo dirigirme a ti.

            Eco se quedó pensativo. Había ensayado esa conversación en infinidad de ocasiones, pero nunca se le había ocurrido introducir ese dato en la ecuación.

ECO – No creo que haga falta que yo tenga un nombre para lo que hemos venido a hacer.

KYR – Bueno… HaFuno sin nombre. Nadie te va a aplicar la pena capital por lo que estamos haciendo aquí. Por esa regla de tres, tendíamos que hacer lo mismo conmigo. Y te puedo garantizar que eso no va a ocurrir. Por el amor de Ymodaba. Tan solo pretendemos…

            El HaFuno cuernilampiño se extrañó por el modo tan abrupto cómo Kyr había cortado la frase. Ella se mordió el labio inferior.

KYR – ¿Tú también te vas a tomar eso?

            Señalaba el vial que Eco sostenía en la palma de su mano.

ECO – No… No entraba dentro de mis planes, la verdad.

KYR – Pues sí, lo vas a hacer. Esa es mi condición para tomármelo yo. O la tomas o la dejas. Yo también sé jugar a ese juego.

            Eco reflexionó durante unos instantes. Eso tampoco lo había contemplado, pero no le parecía un mal trato, si con ello conseguía conservar el secreto sobre la creación de los portales. Hacer entrar en razón a Aru había resultado mucho más complicado que con Kyr. Eran HaFunas muy diferentes en ese y en otra infinidad de aspectos.

ECO – Vale, hay trato. Es lo justo. Además, en el vial hay suficiente para los dos. Hagámoslo así, me parece bien.

            Kyr asintió, algo más relajada. El hecho que hubiera aceptado tan rápido despejaba las dudas sobre si lo que había ahí dentro era veneno.

KYR – Sabiendo que vas a olvidar todo esto… te voy a ser franca. No tengo ningún interés en aprender a crear portales. Ni el más mínimo. Mis antepasados crearon esa ley por algo, y tanto yo como mi padre estamos firmemente comprometidos a no violarla, jamás.

            La hija mayor del Gobernador tragó saliva, tratando de ordenar las ideas en su mente. Había conseguido atraer en entero la atención del HaFuno cuenilampiño.

ECO – ¿Entonces? ¿Para qué quieres activar estos portales? ¿Sabes siquiera a dónde llevan?

KYR – No, no lo sé. Eso es lo que pretendo que averigüemos.

ECO – Pero… entonces…

KYR – Tenemos que acabar lo que empezamos. Los HaGrúes no han parado de construir esa maldita Torre desde que nos exiliamos aquí arriba. Y han pasado generaciones y generaciones. Y todavía más generaciones, que lo único que han hecho es ver cómo la cúspide de la Torre se acercaba cada jornada más y más… ¡Sin hacer absolutamente nada! No podemos seguir esperando de brazos cruzados a que la acaben, o a que sea tan alta que puedan fletar un globo lo suficientemente grande que les permita salvar la gravedad de Ictæria y llegar al anillo. No son tontos, puedes estar seguro, y si no lo han hecho ya, es sencillamente porque no han podido. De eso estoy convencida. Pero eso puede cambiar de una jornada para la siguiente. Mañana mismo podrían plantarse en el Templo y echarlo abajo. Y si eso ocurre, nos podemos dar por extintos, igual que los HaGapimús, a los que exterminaron sin el menor atisbo de piedad. El propósito de mi familia no es sólo salvaguardar la seguridad del árbol de Ymodaba. En absoluto. Es salvaguardar la vida de todos los HaFunos. Y para eso necesitamos romper algunas normas. Al fin y al cabo, esas normas las pusimos nosotros mismos. Con idéntico fin.

            Eco saboreaba con sumo gusto todas y cada una de las palabras de aquella HaFuna. No hubiera podido estar más de acuerdo con ellas aunque lo hubiese deseado con todas sus fuerzas.

ECO – ¿Crees que alguno de estos portales lleva a Ictæria?

KYR – Espero que al menos uno de estos portales lleve a Ictæria.

            El HaFuno cuernilampiño respiró hondo. Eso lo cambiaba todo, aunque a esas alturas no hubiera sabido decir con seguridad si para bien o para mal.

KYR – Queremos tener un nexo con Ictæria para poder pillarles con la guardia baja, y acabar definitivamente con ellos. Se han enviado HaFunos ahí abajo en infinidad de ocasiones, los mejor preparados, pero ninguno ha vuelto. Jamás. Y la Torre nunca ha dejado de crecer. No sabemos qué ha sido de ellos, pero lo que sí sabemos es que todos y cada uno de ellos han fracasado en su empresa. Les damos a todos por muertos. La única manera de plantear una ofensiva en condiciones es coordinándola con nuestro ejército en el anillo. Y para eso necesitamos un portal que nos permita estar conectados con Ictæria. Y sí, somos conscientes del peligro que ello entrañaría. Somos conscientes que fue precisamente por ello que casi acaban con nosotros en primera instancia. Que por ello tuvimos que exiliarnos aquí arriba. Que por ello herimos de muerte a Ictæria, que aún luce esa cicatriz incandescente que le provocamos al arrancarle un pedazo para intentar sobrevivir, impidiéndole seguir rotando con normalidad. Pero… es la única manera de tener algo de ventaja contra esos monstruos, y… poder mover ficha antes de que sea demasiado tarde. ¿Estás conmigo en esto?

            Eco asintió. No había estado más convencido de nada en mucho, mucho tiempo. Lamentó, no obstante, y muy profundamente, que en cuestión de unas pocas llamadas olvidaría todo lo que acababa de escuchar.