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Publicado: 22 junio, 2024 en Sin categoría

La clase siguió su desarrollo con normalidad, aunque el prodigio que les enseñó Tül resultó especialmente poco atractivo a Måe. Estaba enfocado al ciento por ciento en provocar daño a un enemigo en las distancias cortas, y parecía no tener más aplicaciones prácticas; era del tipo que la joven HaFuna aborrecía. Bim y su compañera, un ciclo menor que él pero igualmente ataviada con una túnica morada, ayudaron al profesor en todo momento. Se repartieron el alumnado en dos grupos. Como Tül les dio libertad para escoger a cuál ir, Måe enseguida se unió al que capitaneaba Bim. Respiró aliviada al comprobar que Uli hacía lo contrario, y se unía al grupo de aquella HaFuna parda de túnica morada.

            Tan pronto sonaron las campanas de la espadaña, los alumnos, hambrientos y exhaustos después de una clase especialmente intensa y exigente, huyeron en tromba hacia la cantina. Måe esperó a que Bim compartiera impresiones con el profesor y salió a su vera del aula, con una bonita sonrisa dibujada en el rostro, lo cual no era lo habitual en ella después de recibir una clase de artes bélicas. Ambos se pusieron a charlar distendidamente mientras deambulaban por los ruidosos pasillos, rodeados de alumnos ataviados con túnicas de todos los colores.

MÅE – ¿¡Por qué no me habías dicho nada!? ¡Será posible!

BIM – Quería que fuera una sorpresa.

MÅE – Y… Y… ¿Y has venido sólo hoy, o… vendrás más jornadas?

BIM – Vendremos lo que queda de curso.

            La sonrisa en el rostro de la joven HaFuna se ensanchó todavía un poco más, contra todo pronóstico.

MÅE – ¡¿En serio?! ¿Y cómo ha sido eso? ¿Te presentaste voluntario o…?

BIM – ¡Qué va! Los ganadores del torneo formamos parte del equipo lectivo de los alumnos de primer curso. Es la tradición.

            Måe se quedó con el hocico entreabierto, sin apenas parpadear. Sabía que Bim era bueno en lo suyo, pero no sabía que lo fuera tanto.

MÅE – ¿Ganaste la batalla en los jardines de la casa de Gobernador?

BIM – Delante del mismísimo Gobernador.

            La joven HaFuna no daba crédito. Bim estaba francamente orgulloso de sí mismo. Tanto por el hecho de poder alardear de semejante proeza delante de la joven HaFuna, como por el hecho de haber podido llegar tan lejos viniendo como venía de una familia humilde de las comarcas, al igual que ella. Había acallado muchos hocicos que no daban una cuenta por él. Era un HaFuno hecho a sí mismo, al que nadie había regalado nada.

MÅE – ¿Y fue complicado?

BIM – Muy complicado. Mucho. Por eso quiero darte clases particulares.

MÅE – ¿Cómo? ¿Qué? ¿Perdona?

BIM – Lo que has oído. Me encantaría darte clases, para que ganes el torneo. Tienes potencial, Måe. Sé que lo podrías hacer perfectamente.

MÅE – Pero… yo todavía no sé qué disciplina voy a escoger, yo no…

            Bim sonrió y le acarició el furo piloso en la base de sus astas a la joven HaFuna.

BIM – Ya sé que no quieres estudiar artes bélicas, Måe. No hace falta que lo digas, se te nota en la cara.

            La joven HaFuna se sonrojó, algo abochornada. Esa era la disciplina que a priori despertaba en ella menos interés, eso era cierto, pero no quería herir los sentimientos de su amigo, al que idolatraba.

MÅE – No es eso, es sólo que…

BIM – Dime la verdad, ¿no te gustaría ganar a ese energúmeno?

            Aquello tomó por sorpresa a Måe.

MÅE – Nada me gustaría más. Te lo garantizo. ¡Últimamente me saca de quicio!

BIM – Pues yo voy a conseguir que lo hagas.

MÅE – Pero… ya sabes que tengo las tardes ocupadas, Bim. En cuanto salgo de clase… voy a trabajar a la Factoría. No voy a poder sacar tiempo…

BIM – Está a punto de llegar el período de libranza. Y vamos a tener mucho tiempo libre. Los dos. Corrígeme si me equivoco.

            La joven HaFuna reflexionó. Su amigo tenía estaba en lo cierto.

BIM – Pues eso. Quedamos un rato por las mañanas y practicamos. Te enseñaré a adelantarte a las clases de Tül. A aprender los prodigios antes que él os los enseñe. Igual que ha hecho Uli hoy.

            Måe frunció el ceño.

MÅE – ¿A que sí? ¡Yo también lo había pensado!

BIM – Le he visto practicando con mi compañera, y me ha hervido la sabia. Debe llevar mucho tiempo recibiendo clases particulares, ¿por qué si no te crees que tiene tantas insignias moradas? No es tan bueno. Lo que pasa es que juega con ventaja.

MÅE – ¿Por eso quieres darme clases?

BIM – Por eso, y porque creo en ti.

            La joven HaFuna sonrió. Acababan de llegar a la cantina. Vieron cómo Rha les saludaba efusivamente agitando un brazo enfundado en su túnica carmesí. Tac estaba en su mundo, sentado junto a ella, con toda su atención puesta en un libro más pesado que su cabeza, detrás de aquellas lentes redondeadas. Pareció no darse cuenta de la llegada de sus compañeros. Nåk enseguida se les unió y empezaron a comer aquél rancho de dudoso origen. El tema de conversación seguía orbitando alrededor de la visita de Bim a la clase de la joven HaFuna. Måe descubrió que todos los demás ya lo sabían desde hacía mucho tiempo, pero que habían guardado celosmente el secreto, al igual que él.

MÅE – Y… ¿En tu ciclo también regalaban un brazalete de bavarita al ganador del torneo?

BIM – Oye, que no soy tan viejo, eh.

            Todos rieron. Incluso Tac, que parecía no estar prestando atención.

BIM – Yo no diría regalarlo, pero… sí. Me entregaron un brazalete de bavarita cuando vencí.

MÅE – Caray, pero… Eso es carísimo. ¿Y qué hiciste con él? No te lo he visto nunca puesto.

            Bim suspiró.

BIM – Tuve que venderlo. Que malvenderlo, mejor dicho. Para enviar cuentas a mi familia y… para pagarme el alojamiento. Vivir aquí no es precisamente barato.

MÅE – Siempre se me olvida que vivís en la residencia.

RHA – No todos tenemos una isla privada para vivir orbitando alrededor de la capital.

            Måe sacó la lengua a su amiga, que le correspondió con una sonrisa.

NÅK – Todavía me acuerdo de la comilona que nos pegamos en tu honor la jornada que vendiste el brazalete.

BIM – ¡Tenías que haber visto a Tac comiendo!

RHA – Yo pensaba que le iba a dar algo.

            Tac levantó la mirada del libro en el que estaba absorto y observó a sus compañeros. Pero fue tan solo un instante, y enseguida volvió a sus estudios. Todos rieron con entuisasmo.