Archivos para 11 junio, 2024

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Publicado: 11 junio, 2024 en Sin categoría

Snï revoloteaba alegremente por el molino, dibujando círculos concéntricos en el aire y dejando una estela de oscuro humo a su paso, delatora del opíparo desayuno que acababa de consumir. Si bien no para dormir, porque era demasiado peligroso siendo como lo era una llama viviente, últimamente pasaba la mayor parte del tiempo fuera de su quinqué, siempre que Måe andaba por casa. La joven HaFuna se sentía muy sola en el molino desde que Eco partiese en su última misión como mensajero, y aquél pequeño ser de luz siempre le arrancaba una bonita sonrisa después de una larga jornada estudiando en la Universidad de Taumaturgia y trabajando en la Factoría.

            Måe había perdido ya la cuenta de cuánto tiempo hacía que Eco había abandonado Ictaria en la última de sus, para su gusto, demasiado recurrentes misiones como mensajero en el extremo opuesto del anillo celeste. Sabía que eso se traducía en excelentes noticias para él, pues ese tipo de misiones sólo las encomendaban a los mejores mensajeros del gremio. No en vano, le habían ascendido a mensajero particular de la mismísima casa del Gobernador no hacía mucho. No obstante, no podía evitar sentirse enojada. La parte egoísta de ella, a la que deleznaba con todas sus fuerzas, deseaba en silencio que todo le fuera mal y que le relegasen a un trabajo rutinario y aburrido, como cuando llegaron a Ictaria, pues de ese modo podría pasar más tiempo con él.

            Fuera estaba nevando, y lo último que apetecía a la joven HaFuna en esos momentos era abandonar su hogar, y el hogar que a su vez crepitaba en su interior haciéndole la competencia al pequeño fuego fatuo, para volar hasta el Hoyo e ir caminando a la Universidad. Estaba plantada frente al espejo, en el aseo, ataviada con la negra túnica, cepillando su largo y níveo furo piloso surcado por innumerables mechas turquesas. No pudo evitar fijarse en las coloridas insignias que lucía en la pechera. Si bien no era la HaFuna de primer curso que más poseía en esos momentos, bien podía sentirse satisfecha del trabajo que estaba haciendo. Había tantas a esas alturas, que ni siquiera se podían contar a simple golpe de vista.

El problema residía en que estaban demasiado bien repartidas. En esos momentos, había literalmente la misma cantidad de insignias de cada uno de los seis colores, lo cual se traducía en pésimas noticias para ella. Era igual de buena en cada una de las seis disciplinas de la taumaturgia, y todavía no tenía la más remota idea de cuál escoger para el resto de ciclos que pasaría en la Universidad. Estaba a punto de llegar el segundo período de libranza, que a su vez daría paso a la última etapa lectiva de ese primer curso en la Universidad, donde tendría que escoger en qué disciplina concentraría sus esfuerzos los siguientes ciclos.

Incluso las artes bélicas, que desde el primer momento se le habían antojado aborrecibles, últimamente empezaban a resultarle atractivas, en cierto modo. Aunque el enfoque del profesor siempre anteponía el factor belicoso de los prodigios que les enseñaba, éstos no dejaban de ser interesantes e increíblemente útiles en la mayoría de los casos. Y en muchas ocasiones incluso hermosos, tanto por su poder como por su vistosidad. Cada jornada que pasaba estaba más satisfecha y convencida que había nacido para trabajar en ese vetusto y noble gremio. Adoraba la taumaturgia por encima de todas las cosas, y estaba disfrutando de lo lindo de su estadía en la Universidad, pese a que sus compañeros de curso siguieran esforzándose por hacerle la vida imposible.

            Se despidió de Snï con una rápida y cariñosa caricia, pues había aprendido a tocarle sin lastimarse, transfiriendo mediante la taumaturgia el calor abrasador que éste desprendía. Le dejó encerrado en el quinqué, con un buen pedazo de madera de sájaco a su alcance, tan grande que el espíritu ígneo no tendría ocasión de calcinar antes que ella volviese, esa misma tarde. Se colocó un grueso abrigo impermeable por encima de la túnica, se aferró bien la capucha al cuello, dejando tan solo libres sus morados ojos y su hocico, así como sus astas, que habían crecido considerablemente desde que llegase a la capital del anillo celeste, y abandonó la isla del molino al vuelo, aprovechando una gélida ventisca de nieve tan bella como poco apetecible.

            No se dio cuenta hasta que se aproximó al extremo opuesto del Hoyo, donde caía un aguanieve que lo empapaba todo a su paso: en la cara inferior de Ictaria jamás llovía. La fortísima atracción de la madre Ictæria jamás lo permitiría. Alguna ventaja tendría que tener vivir patas arriba del resto de los HaFunos. Måe saludó efusivamente a Tahora, ya en la cara superior. La pequeña HaFuna parecía otra, literalmente, desde que la enfermedad de su madre raíz había empezado a remitir. Desde entonces su trato hacia Måe había dado un vuelco de ciento ochenta grados. No podrían considerarse amigas, porque apenas se conocían, pero su relación era cada vez más cordial y afable. Måe ya no recordaba la última vez que había pagado por hacer uso del Hoyo. Incluso cuando Tahora no estaba de servicio, sus compañeros la dejaban pasar sin reclamarle una sola cuenta, lo cual le permitía aprovechar mucho mejor lo que ganaba en la Factoría.

            Al llegar al último escalón de las escaleras que llevaban al acceso a la Universidad, la joven HaFuna resbaló y cayó de bruces al suelo, manchándose el abrigo. Abochornada y algo dolorida, miró en derredor y encontró a Uli y sus inseparables secuaces a escasos pasos de ahí. Éstos enseguida comenzaron a reírse de ella a carcajada limpia, imitándole. El suelo estaba empapado, pero la joven HaFuna tuvo el tiempo justo para ver un reguero de hielo que partía del hijo menor del Gobernador y llegaba hasta donde ella había perdido pata, antes que Uli revirtiese el prodigio, transformando el hielo de nuevo en agua. El hijo menor del Gobernador había vuelto a las andadas tras un corto período en el que la ignoró, tras el fallecimiento del cromatí. Måe tenía la impresión que su sola presencia le hacía ponerse de mal humor. En realidad, se compadecía de él.

            Esa jornada tenían clase de artes bélicas, en aquella particular aula acondicionada a tal efecto. El profesor Tül esperó a que todos tomasen sus asientos antes de, sin mediar palabra, pasar de largo hacia la entrada y dar paso a media docena de HaFunos. Dos de ellos iban ataviados con túnicas moradas y los otros cuatro con túnicas verdes. Måe se sorprendió enormemente al ver aparecer a Bim por la puerta. Éste esperó a que Tül se diese media vuelta para guiñarle un ojo, mientras tomaba posición a uno de los lados de la mesa desde la que el profesor impartiría la clase. Al parecer, lo había estado manteniendo en secreto para darle una sorpresa. Y bien que lo había hecho. Ni la mirada de desprecio que le brindó Uli consiguió hacer menguar su buen humor.