252

Publicado: 18 junio, 2024 en Sin categoría

PIN – Por el amor de Ymodaba. ¡Esto pesa muchísimo!

ULI –  Deja de quejarte. Haz el favor.

            Pin agachó las astas, sumiso, y suspiró. Las miradas de sus compañeros se le clavaban como puñales. Consciente que no habría otra manera de ataviarse con aquella armadura, finalmente se desabrochó la túnica. La mayor parte de sus compañeros rieron al unísono al ver la ropa interior de abrigo que llevaba debajo, que evidenciaba aún más su elevado sobrepeso. A Måe le resultó llamativo descubrir que en la parte delantera lucía más de una docena de insignias. Más incluso que muchos de los compañeros que tanto se burlaban de él. Pin era un HaFuno muy discreto, y nunca le había llamado especialmente la atención. Lo que más le sorprendió era que todas y cada una de ellas eran de idéntico color: beige. Aquél HaFuno parecía haber nacido para dedicarse a las artes plásticas, no a las bélicas.

            Ambos alumnos abrocharon las últimas cinchas de aquellos antiquísimos trajes y tomaron posición en el centro de un pequeño ring improvisado, alrededor del cual el resto de alumnos había hecho un corrillo, tintineando en el proceso. Estaban todos expectantes por presenciar el desarrollo de los acontecimientos. La expresión cariacontecida del rostro de Pin no hacía sino evidenciar que quería que todo eso acabase cuanto antes. Bajo su punto de vista, resultaba literalmente imposible que pudiera vencer a ninguno de sus compañeros, y mucho menos al mismísimo Uli, que parecía haber nacido para ello. Uli, al igual que él, estaba convencido que su victoria era un mero trámite, y que la insignia de la jornada sería suya.

            El profesor Tül les indicó las últimas instrucciones, enfatizando la prohibición de apuntar a la cabeza o a las astas, y la batalla finalmente dio comienzo. Ésta fue tan rápida como humillante. En menos de lo que canta una endrita Pin cayó fulminado al suelo. Bim se mostró genuinamente sorprendido, lo cual llamó la atención de Måe. El orondo HaFuno rodó sobre sí mismo, una y otra vez, antes de quedar hecho un guiñapo en el suelo, inconsciente. Los demás alumnos, que habían guardado la respiración durante el breve aunque cegador fogonazo del prodigio que había llevado a cabo el hijo menor del Gobernador, observaron con una mezcla de estupor, deleite y preocupación cómo los alumnos de sanación, ataviados con sus verdes túnicas, se acercaban a toda prisa al HaFuno inerte, en su auxilio.

Enseguida le devolvieron la conciencia. Le retiraron la armadura y le desvistieron para ver dónde se había lastimado. Una de sus patas estaba sabiando, con una herida bastante profunda que ni siquiera la armadura había podido evitar. No tardaron en frenar la sabiorragia e hicieron desaparecer el corte, al tiempo que limpiaban el furo manchado de azul. El HaFuno se deshacía en elogios hacia ellos, algo más tranquilo al ver que había sobrevivido a esa dura prueba, que lo había hecho de una pieza, y que enseguida dejaría de ser el centro de atención, lo cual detestaba por encima de todas las cosas.

El profesor Tül tuvo que alzar la voz para acallar los vítores de los demás alumnos, que loaban quizá con demasiada vehemencia el buen hacer del hijo menor del Gobernador. El resto de alumnos ahora estaban más convencidos que nunca que no querían correr la misma suerte que su malherido compañero. La joven HaFuna prefirió mantenerse al margen en todo momento. Se debatía entre si debía aborrecer la idea de vérselas con Uli o por el contrario abrazarla. La idea de vencerle delante del resto de sus compañeros, de humillarle como tantas otras veces había hecho él con ella, se le antojaba en cierto modo atractiva. No obstante, viendo cómo había acabado Pin, esa sensación perdía fuelle a marchas forzadas.

No hizo falta una segunda ronda, porque Pin se dio por vencido, suplicando a moco tendido, y Tül, consciente de la enorme diferencia de potencial, lo toleró. Siguiendo con la habitual coreografía, el profesor sacó una de aquellas insignias moradas y la plantificó en el pecho de la túnica de Uli, como había hecho tantas otras veces con anterioridad. Måe imaginó que a ese paso, acabaría forrándola y no le haría falta cambiarla por otra morada cuando iniciaran las clases en el segundo ciclo, ya cada cual en su correspondiente disciplina. A esas alturas, Uli lucía cinco insignias más que Måe en su negra túnica. Pero a diferencia de ella, a excepción de un par, todas y cada una de ellas eran moradas. Pese a que era evidente que le llevaba la delantera, ella estaba convencida que lo estaba haciendo mejor que él. Bajo su punto de vista, profesionalizarse en una disciplina era tan útil como necesario, pero jamás debía uno de perder el foco al resto. La taumaturgia era un arte demasiado transversal. Ya lo decía el profesor Elo: todas las disciplinas estaban íntimamente interrelacionadas las unas con las otras, y un buen taumaturgo debía valorarlas y respetarlas a todas por igual. A diferencia de lo que hacía el hijo menor del Gobernador.

ULI – Hay una cosa que no entiendo, profesor. Que nunca he entendido…

TÜL – ¿Qué es lo que no entiendes?

ULI – ¿Por qué esperamos a que vengan a por nosotros? ¿Por qué permitimos que sigan construyendo esa maldita Torre? ¿Por qué no preparamos una ofensiva, saltamos a Ictæria y les atacamos por sorpresa?

            Tül hizo un gesto negativo con la cabeza, claramente abochornado por las palabras de Uli.

TÜL – Cómo envidio tu vigor juvenil. Yo era igual que tú, a tu edad. ¡Igualito! Pero no nos podemos dejar llevar por el enardecimiento de nuestras pasiones. Eso fue lo que nos llevó a la derrota la última vez. Nos creímos mejor que ellos, y tuvimos que exiliarnos para evitar que nos masacraran. No nos podemos volver a confiar. Hay que pensar con la cabeza y actuar con los puños. ¡No les podemos subestimar! Ya extinguieron a nuestros hermanos, y de bien seguro hubieran hecho lo mismo con nosotros de no haber huido. En la guerra es tan importante saber cómo actuar, como cuándo debemos hacerlo. Y todavía más importante: cuándo no. Lo mejor que puedes hacer es seguir estudiando y practicando duro, y si Ymodaba quiere, la jornada de mañana, formar parte de esa ofensiva de la que hablas. Nada me volvería más orgulloso que ver que vuestra generación es la que venga de una vez por todas esa injusticia de la Historia.

Deja un comentario